Un sacrificio por Shakira
foto: cortesia/glendy barroso.
Más de un fanático tuvo que hacer grandes esfuerzos para cumplir el sueño de estar en el único concierto que ofreció Shakira el domingo en Caracas. Hubo quienes trabajaron duramente, y hasta pasaron hambre, sol y “pisotones” para ver a la diva latina. La joven zuliana Yeniree Araujo (TSU en pre escolar y comunicadora social), de 24 años, fue una de las que sudó la “gota gorda” por ver de cerca a su ídolo.
“Paralizada. Así me quedé cuando vi a Shakira. Mi mente no procesaba nada más. Yo no cantaba ni nada. Sólo la veía y sentía cómo me empujaban y pisaban. A los minutos caí en cuenta dónde estaba y recordé rápidamente todo lo que había hecho para estar ahí.
Hoy lo cuento y me parece loco, pero siento que valió la pena. Desde que supe que Shakira iba a Caracas me propuse como meta ir al concierto. Reuní para comprar mi entrada, pero no encontré quien me hiciera la segunda, así que me arriesgué a adquirirla cuando llegara allá el mismo día del recital. Sabía que iba a encontrar algo, pues siempre sucede así.
Tenía la idea de irme por el terminal de pasajeros del centro, pero pocas semanas antes del show vi en el Twitter que había un grupo de personas que organizaba viajes para conciertos en Caracas y decidí anotarme, ya que por sólo 300 bolívares me llevaban y me traían.
El autobús salió de la Vereda del Lago el sábado a las 8:30 de la noche. Habían más de 30 seguidores de Shakira. Ese día ni siquiera cené de la emoción. Llegamos a las 6:30 de la mañana y de una vez la unidad nos llevó a la Universidad Simón Bolívar, donde se realizó el show.
A las 7:00 am ya estábamos esperando que abrieran las puertas, pero fue a las 9:00 cuando tuvimos acceso. Eso parecía un terremoto. Todos corrían buscando el estadio de fútbol. Obviamente queríamos ser los primeros.
Desde la mañana hicimos la cola. Ninguno se bañó o cambió de ropa. Yo me desayuné unos tequeñitos que vendían en los alrededores, mientras que mis compañeros se comieron los panes y galletas que habían llevado desde Maracaibo. Hasta preparamos “nestea” en un botellón de agua para ahorrar.
El sol era inclemente. Me sentía en una piscina sin agua, pero estaba feliz. Al mediodía nos pegó de nuevo el hambre y yo compartí una lata de atún con una amiga. Casi me orinaba, pues eran pocos los baños disponibles.
Cuando abrieron las puertas del estadio me dieron ganas de llorar. Sentía que el momento había llegado, pero no. Aún faltaba mucho. Ahí me separé de mis amigos y cada quien corrió hasta su localidad. Yo estaba en preferencial. La entrada me la revendieron en dos mil bolívares. Esperamos más de cinco horas mientras repitieron como 10 veces la canción Danza Kuduro, de Don Omar. ¡Dios! Creo que hasta me la aprendí de memoria.
Antes de que Shakira llegara me comí un pan bien resuelto, pues sabía que venía el momento de perder las fuerzas. Irónicamente después de tanto sol durante el día, comenzó a hacer un frío horrible.
Me vacilé el concierto hasta las 12:00 de la madrugada. Esperamos que la gente despejara la zona y fue a las 2:00 am cuando arrancamos para Maracaibo.
Estaba desesperada por bañarme, pero apenas pude limpiarme con unas toallitas húmedas. En la primera parada me cambié la franela y volví a comer. Recuperé mis energías y no dejé de hablar de Shakira hasta que el bus me dejó en la cabecera del puente sobre el Lago a las 12:30 del mediodía. Mis amigos me dijeron. ‘Vos estai loca, ¿cómo hiciste eso?, y yo les dije: loca estaría sino me hubiese atrevido a vivir lo que viví”.